Un grupo de migrantes cubanos debió beber su propia sangre y orina después de que falló el motor de su improvisado bote, dejándolos a la deriva en el Caribe durante tres semanas sin alimentos ni agua, según los sobrevivientes que llegaron esta semana a Estados Unidos.
“Estoy feliz de haberlo logrado, vivo, pero fue algo por lo que nadie debería pasar”, dijo Alain Izquierdo, un carnicero de La Habana y uno de los 15 sobrevivientes de los 32 pasajeros del bote.
Seis pasajeros están desaparecidos después de que intentaron nadar hasta la costa, mientras que otros 11 murieron de deshidratación.
“Me siento triste por aquellos que no lo lograron”, dijo Izquierdo, sentado a la sombra junto a la piscina de la casa de sus tíos en Port St Lucie, en la costa este de Florida.
Los sobrevivientes fueron rescatados por pescadores mexicanos a unos 240 kilómetros al noreste de la Península de Yucatán de México y estuvieron brevemente detenidos en el país antes de que fueran liberados a fines del mes pasado.
Su historia es uno de los desastres de migrantes cubanos más trágicos en décadas. Reuters habló con varios de los pasajeros y sus familiares en Florida y Texas, aunque algunos estaban aún demasiado traumatizados como para declarar públicamente sobre la experiencia.
Los cubanos que buscan escapar de la isla de gobierno comunista se dirigen cada vez en mayores números hacia América Central y luego realizan un largo viaje por tierra para llegar a Estados Unidos.
Bajo la política “pie seco, pie mojado” de Washington, los migrantes cubanos que llegan a suelo estadounidense tienen permitido permanecer en el país, mientras que aquellos interceptados en el mar son enviados de regreso a la isla.
El grupo zarpó desde el este de Cuba a comienzos de agosto, pero comenzó a tener problemas a unos 64 kilómetros de las Islas Caimán, cuando la máquina del bote -un motor diésel de automóvil Hyundai unido a una hélice improvisada- falló en el segundo día de travesía por el mar, dijo Izquierdo, de 32 años.
El bote casero de 6 metros de largo, fabricado con láminas de aluminio para tejado unidas con remaches y selladas con telas y resina, navegó a la deriva mientras los pasajeros intentaban parar a los barcos que pasaban cerca.
“Nadie se detuvo, aún cuando podían ver que estábamos desesperados”, dijo Mailin Pérez, de 30 años, otra sobreviviente que se recupera en Austin, Texas.
Los pasajeros lanzaron el motor al mar para reducir el peso e improvisaron una vela con telas unidas con cordel.
Seis de los hombres decidieron nadar hacia la costa de cuba, aferrándose a cámaras de neumáticos, pero no se ha sabido de ellos desde entonces.
Breves lluvias cada tres o cuatro días brindaban un poco de agua, que era racionada en dosis con jeringas médicas. Una mujer que tenía seis meses de embarazo recibió raciones adicionales.
Uno por uno, 11 pasajeros murieron. Sus cuerpos, con los labios hinchados, eran lanzados al mar y flotaban alejándose del bote, una imagen que una sobreviviente dice la atormenta en sus pesadillas.
El primero en morir fue un amigo de Izquierdo, Rafael Baratuti O’Farrill, un mecánico automotriz de 50 años de La Habana.
“Ese fue el día más triste”, dijo Izquierdo.
Después de que se quedaron sin agua, algunos pasajeros comenzaron a beber agua de mar, al igual que su propia orina. O’Farrill fue uno de varios que además usó las jeringas para extraer su propia sangre para beber.
“Ese fue un error, los que bebieron su sangre se debilitaron. Gradualmente perdieron la conciencia y se desvanecieron”, dijo Izquierdo.
Pérez e Izquierdo dijeron que abandonaron Cuba por razones económicas, para hallar un mejor futuro para sus hijos. Izquierdo dejó a su esposa y a dos niños pequeños en La Habana. Pérez se reunió con su marido en Texas, pero también tiene un pequeño hijo y una hija en Cuba.
Ambos buscaron salir legalmente de la isla, pero se les dijo que podrían pasar hasta 5 años antes de que sus casos fueran decididos por funcionarios consulares de Estados Unidos.
Pensar en sus parejas e hijos es lo que los mantuvo vivos, dijeron Izquierdo y Pérez.
“Sabía que tenía que ser fuerte por ellos”, dijo Pérez. “Me sentía muy débil al final. Tenía miedo de cerrar mis ojos, por si no volvía a despertar”, agregó. Reuters